jueves, 11 de julio de 2013

El laberinto


Después de toda una vida oyendo quejas sobre el transporte en España (la Renfe siempre llega tarde, el metro va muy lleno, el autobús no sirve para nada...) me he topado con una infraestructura de sistema público que convierte a Renfe en una empresa de tecnología punta.

Aquí el transporte público es complicado: Inexistencia de trenes, metros o algo que se le parezca. Unos autobuses (aquí les llaman camiones) que pasan cuando quieren y por donde quieren. Bueno aquí quizás he exagerado un poco, pero la verdad es que cuando tienes que ir a un lugar nuevo lo más fácil es recurrir al transporte privado, que es lo que usa el 90% de la población. Por suerte los taxis y la gasolina son baratos, por lo que siempre se convierte en el medio de transporte más eficiente. Lo máximo que he pagado por un taxi han sido 50 pesos (3 euros) cuando he tenido que hacer trayectos largos dentro de la ciudad.

Si a eso le sumamos mi limitada capacidad de orientación y que se trata de una ciudad nueva y que no conozco, podemos llegar a la conclusión de que lo más complicado de mi adaptación está siendo el transporte: Algunos amigos ya han dado fe de ello cuando después de quedar con ellos en lugares próximos a mi casa he tardado "un poco" más de lo habitual o he tenido que recurrir al taxi porque al no tener GPS en el celular no tengo ese recurso que usaban en mi país en casos de desubicación.

Confío en que a medida que pasen las semanas y conozca más la ciudad pueda moverme con más libertad, y así lo esperan también algunas personas, especialmente una, a la que le gusta preguntarme: ¿Ahora mismo donde queda tu casa? Y yo intento ubicarme y señalo en la dirección contraria. Se ríe con cara de resignación y seguimos caminando hacia... ella sabe donde.

Tengo la suerte de vivir cerca del centro, por lo que cuando quedamos allí pienso: Ahí sí sé llegar! Y espero a que pase uno de los 10 camiones que van para allá (casi todos) hasta que llego al parque de la Alameda, centro espiritual de Querétaro, y me bajo con la satisfacción de no haberme perdido.

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